Uno.
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El cielo, celeste. El mar, azul. Las olas traen a reventar a nuestros pies el agua salada de aquel océano eterno que siempre añoramos, deleitándonos con la danza de burbujas que cubren nuestros tobillos, en un vaivén de sensaciones harto conocidas pero que al parecer nunca antes experimentamos. Tú caminas hacia un extremo. Yo voy en dirección opuesta. Llevas en la mano una nota que te pedí no leyeras hasta que llegues al sitio donde te besé por primera vez. Ahí, en esa esquina donde la playa parece perderse en el infinito, yace el comienzo de una historia que jamás terminaremos de contar. Ahí, donde por primera vez nos vimos hace más de seis años y sin querer, en una tarde de verano que ya nos dejaba, toda ella pintada de un sinfín de tonos anaranjados, rojos y amarillos que anunciaban que el sol ya estaba cansado y era hora de que se fuera de vacaciones, quizás para no volver hasta una siguiente mañana de setiembre, o quizás de octubre, o quién sabe si sería en noviembre, en que nos volvería a gritar en la cara que ya había vuelto y era hora de ser felices nuevamente. Yo camino lento y sereno, chapoteando en la orilla, tratando de esquivar las arremetidas de las minúsculas cantidades de agua que querían empaparme los pies otra vez, esperando el momento exacto para voltear y verte a cientos de metros de mí, iluminada por aquellos rayos solares que delimitarían la hermosura de tu candorosa silueta, deteniéndote en el horizonte a leer aquella nota en la que he puesto mi corazón entero a tus manos, dejando expuesta, totalmente al descubierto y vulnerable, mi vida, para que hagas con ella lo que tú quieras.
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Dos
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Imaginaba tu rostro quemado por el sol, escondido tras el metal luminoso de los lentes de sol, bastión perenne de defensa para ocultar la melancolía de tus ojos.
Imaginaba tus pies no tan pequeños dejando huellas temporales en la arena que el mar se encargaría de borrar en cuestión de segundos.
Imaginaba tu andar cadencioso, felino, por el borde imperceptible que dividía y contrastaba la pasividad costeña con el revoloteo interminable de aquel mar helado.
Imaginaba el temblor de tus manos al abrir aquella nota en el extremo del mundo, y leer escrita en mi ya casi olvidada y nerviosa ortografía, la siguiente oración: 'Saca el iPod que no sabías estaba en tu cartera y pon la canción 14'.
Imaginaba tu búsqueda desesperada para encontrar ese artilugio infernal que casi no sabías usar aún, dentro de aquel baúl de lona celeste repleto de granos de arena con olor a coco y vainilla.
Imaginaba la ansiedad de tus movimientos para hacerlo funcionar y de una vez por todas llegar a la canción 14.
Imaginaba que llegabas a la canción 14 y escuchabas cómo comenzaba una melodía, nuestra melodía, la que más de una vez yo te había susurrado al oído parados en el mismo lugar donde ahora te encontrabas.
Imaginaba la sorpresa que te causaba la pausa en aquel himno de nuestro amor para escuchar mi voz a través de los audífonos preguntándote, sí, yo, a través de los audífonos, preguntándote, en plena canción 14 cargada en ese iPod que llevabas en tu cartera de lona celeste en el extremo de aquella playa donde tú y yo nos habíamos conocido y besado por primera vez frente a aquel horizonte anaranjado, y amarillo, y rojo, con aquel mar que fue y será el primer y mejor testigo de nuestro amor, si por favor aceptarías ser mi compañera de vida, mi mejor amiga, mi mujer, mi esposa, mi amante, aunque...
Imaginaba las lágrimas corriendo por tu mejilla, una sonrisa dibujada en tu rostro iluminado con un brillo inusual, y yo, detrás tuyo, arrodillado a tus pies pidiendo me des tu mano y tu corazón y tu alma, besándote, acariciándote, sintiéndote y dándote para siempre mi mundo entero, o al menos, el que alguna vez fue.
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Tres
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Todo eso imaginaba pues nada más podía ahora hacer, ya que ayer, bajo ese mismo cielo celeste y frente a ese mar azul, yo dejé de existir.
2 comentarios:
Qué fuerte, o como diríamos los que sabemos inglés, que "heavy".
Muy buena profe
Saludos
Muchas emociones!
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